El silencio parecía eterno esta vez.
Óscar se quedó paralizado en el lugar, y Carsen ni se atrevía a mover un dedo, mientras Inés se acercaba con calma a la ventana y la cerraba de puntillas, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Sin el murmullo del viento, el estudio personal de Inés quedó tan silencioso como un invernadero abandonado. Nervioso, Carsen echó un vistazo a Óscar y notó que las puntas de sus dedos temblaban.
—¿Por qué…? —preguntó Óscar con voz baja y apagada, como si no pudiera repetir las palabras de Inés.
Carsen dio un paso atrás con cautela. Debería haberse mantenido más alejado. Sin embargo, ya era demasiado tarde para arrepentirse.
—Ven aquí, Carsen. —
Era la primera vez que Inés lo llamaba por su nombre de pila. Su voz tenía un leve tono condescendiente, pero seguía siendo la primera vez.
Carsen no tenía intención de obedecer, a pesar del asombro que le causó escuchar su nombre salir de sus labios. Por ahora, lo más importante era alejarse lo más posible de Óscar.
Al notar que Carsen movía la cabeza de un lado a otro con fervor, Inés preguntó con cortesía: —¿No deberías protegerme, siendo tu prometida? Se suponía que era un ruego, pero Inés tenía una forma de convertirlo en orden.
Por favor, déjenme fuera de esto… —rezó Carsen en silencio.
—Dime la razón, Inés Valeztena Pérez —exigió Óscar.
—¿Carsen? —ignorando al príncipe heredero, Inés volvió a llamar a su prometido sin pestañear.
Antes de que Carsen pudiera reaccionar, Óscar explotó con frustración: —Déjalo fuera de esto, a ese niño estúpido.
—El príncipe heredero me está causando problemas, Carsen. Eres un hombre, ¿no? Haz algo al respecto.
¿Desde cuándo te convertiste en una niña indefensa? —quería replicar Carsen. Era ridículo que Inés tuviera el valor de rechazar a Óscar en su cara y, ahora, por egoísmo, sacara la carta del género porque la situación se complicó.
No, para ella la situación no se complicó; simplemente le resultaba molesta. A pesar de sus pensamientos, el cuerpo de Carsen reaccionó por reflejo ante su demanda y se colocó junto a Inés. ¡Cómo odiaba en ese momento el código de conducta de los hombres Ortega!
—Su Alteza, mi prometida dice que le está causando problemas.
—Los niños no deberían involucrarse en conversaciones de adultos.
—Su Alteza, Lady Inés solo tiene seis años. —Carsen quiso añadir que el propio príncipe heredero tenía apenas diez, pero decidió no empeorar la situación.
—¿De verdad la ves como tu igual, Carsen?
¿No había dicho que solo quería a Inés? Pero a Carsen le parecía que Óscar la deseaba más de lo que él podía imaginar. Su primo estaba enamorado de Inés, y era un amor profundo, intenso. Carsen solo quería alejarse de Óscar más que nunca; nada sería más incómodo que verlo desmoronarse por un corazón roto.
Pero antes de que pudiera dar un solo paso, Inés intervino y lo empujó hacia Óscar. Carsen giró la cabeza y la miró con incredulidad, pero Inés usó su pequeña mano para sujetarle el mentón y volverlo a mirar al príncipe.
—¿De verdad tienes el valor de enfrentarte a mí? —se burló Óscar.
Mientras tanto, Inés ya había dado un paso atrás, apartándose deliberadamente de la conversación.
—Yo… yo no quiero enfrentarme a usted, pero…
—¿Pero? ¿Qué más tienes que decirle al príncipe heredero de un imperio?
—Su Alteza, Lady Inés…
—Basta. Hablaré directamente con Inés.
Óscar volvió a dirigir su atención hacia Inés, sin darse cuenta de lo ridícula que se había vuelto la situación desde el momento en que Inés suplicó —o más bien, exigió— la ayuda de Carsen.
—Creo que estás escondiendo tus verdaderos sentimientos, Inés —comenzó Óscar—. Creo que sabes lo que sientes, pero no quieres admitirlo porque mi posición y estatus te resultan intimidantes. Sí, llegaré a ser emperador de esta nación, pero Inés… no olvides que eres lo suficientemente inteligente como para llegar a ser emperatriz también. Tú y yo, juntos, podemos sacar lo mejor del uno en el otro.
Carsen hizo una mueca de disgusto sin querer, pero Óscar estaba tan absorto en su discurso poético que no se dio cuenta.
—Piénsalo. Gobernaremos Ortega juntos. Puede que te parezca una carga, porque el papel de una emperatriz no es tarea fácil, pero sé que lo harás increíblemente bien. Eres perfecta para ello, y nadie en todo el continente podrá darte alas como yo.
—Te darás cuenta pronto. ¿De verdad crees que ese estúpido rubio de allá seguirá igual cuando crezca? No tiene nada más que un rostro bonito, y hasta eso se desvanecerá con la edad. Piensa en lo que puedo ofrecerte en comparación con él.
—Piensa en el futuro a largo plazo, Inés Valeztena de Pérez. Eres más lista que esto, ¿no? Casarse es una de las decisiones más importantes de tu vida, así que sé más reflexiva al tomarla.
Sumido en el apasionado discurso de Óscar, Carsen dio un pequeño salto al sentir los diminutos dedos de Inés rodear su hombro y acercarlo hacia ella. Saltó no solo por la sorpresa, sino porque era la primera vez que lo tocaba desde su compromiso, durante el cual solo se habían visto obligados a darse la mano. Su tirón no tenía fuerza suficiente para mover su cuerpo, pero el concepto de modales ya estaba grabado en la mente de Carsen; no tuvo más opción que inclinarse hacia ella.
Entonces, Inés le cubrió el oído con su mano y susurró: —Dile que no estoy interesada.
Carsen la miró con desesperación en los ojos, pero Inés no iba a dejarlo escapar. Frunció levemente el ceño y lo instó a actuar.
Acorralado, Carsen se dio vuelta a regañadientes para enfrentar a su futuro maestro y murmuró: —Eh… ella dice que no está interesada.
—¿Acabas de inventarlo, Carsen Escalante?
Al escuchar la respuesta de Óscar, Inés volvió a cubrir el oído de Carsen y susurró: —Dile que no lo hiciste.
—Ella… eh… dice que no lo hice.
—¡Aléjate de ella de inmediato!
Sin embargo, Inés abrazó el brazo de Carsen y lo arrastró hacia ella nuevamente, esta vez con suficiente fuerza para moverlo de verdad.
Furioso porque Carsen estaba siguiendo las órdenes de Inés, Óscar dio un gran paso hacia ellos. Pero Inés reaccionó con rapidez, dando un paso atrás, obligando a Carsen a retroceder junto con ella.
Ahora, sin querer, Carsen se encontraba frente a Inés, y parecía como si la estuviera protegiendo deliberadamente de Óscar, como si ella fuera una niña indefensa acosada por un bravucón.
La frustración y la incredulidad se apoderaron de Óscar, quien frunció el ceño con fuerza.
—Entonces dime, Inés. Dame una razón que pueda entender.
Como era de esperarse, pero igualmente molesto, Carsen sintió cómo el cabello negro carbón de Inés rozaba su mejilla y cómo su aliento cálido le acariciaba el oído mientras susurraba nuevamente: —Dile que no hay razón. Dile que simplemente no me gusta. Realmente no me gusta… aunque no sé por qué.
Esa declaración fue seguida por una mirada fulminante que parecía exigir que repitiera exactamente lo que ella había dicho. No se debía cambiar ni una palabra, decía su mirada.
Sin opciones, Carsen volvió a mirar a su futuro maestro con la mirada mecánica de siempre y repitió: —Dice que no tiene una razón, Su Alteza. Dice que simplemente no le gusta. Realmente no le gusta… pero no sabe por qué—
—¡Cállate, Carsen Escalante!
En ese momento, Inés le dio una palmadita en el hombro a Carsen, como intentando consolarlo, aunque en realidad parecía más un recordatorio de que estaban en el mismo barco.
—¡Dime que Carsen se está inventando todo esto, Inés!
—¡Oh, Carsen! ¡Mi cabeza de repente está empezando a dar vueltas! ¿Serías tan amable de llevarme a mi habitación?
Inés había decidido ahora ignorar por completo al joven príncipe heredero y hablaba únicamente con Carsen, por incómodo que resultara.
La situación podría haberse salvado si ella nunca le hubiera hablado directamente a Óscar antes, pero esa opción nunca estuvo disponible. Con la referencia directa del príncipe heredero a Inés y su deliberado acto de ignorarlo, un pequeño escalofrío de miedo recorrió el corazón de Carsen.
—No te atrevas a moverte, Carsen Escalante.
—Me está doliendo la cabeza, Carsen.
Era sorprendente cómo Inés sabía exactamente cómo usar a Carsen para lograr lo que quería; no renunciaba a su derecho de hablarle al príncipe heredero, pero a la vez se otorgaba el derecho de ignorarlo.
—Soy tu maestro, Carsen Escalante.
—¿Me sostienes, Carsen?
—Obedece mi orden, Carsen Escalante.
—El ruido me está dando más náuseas, Carsen.
Habían comenzado oficialmente una batalla psicológica, y Carsen se había convertido en su árbitro.
Entre su molesto futuro maestro y su incomprensible prometida, Carsen pensó para sí mismo: ¿Puedo simplemente dejarlos a ambos?
La vida no se suponía que fuera tan complicada. Servir a su maestro, cumplir con las responsabilidades del heredero, ser el futuro duque… Todo eso le estaba enseñando a Carsen las dolorosas realidades de la vida, y apenas tenía seis años. Inteligente y maduro como fuera, esto ya comenzaba a ser demasiado.
En ese momento, Inés entreabrió los labios y habló como si leyera su mente: —No olvides que solo tienes seis años, Carsen. Aún no hay nadie a quien debas servir como maestro—.
Con el sol apenas comenzando a ponerse detrás de ella, parecía irradiar el aura de una sabia oscura.
Y así fue como Carsen Escalante tomó la mano de Inés Valeztena por primera vez. Se alejaron del príncipe heredero, con el eco de su grito resonando en sus oídos.
Traducción: Lysander
El anillo roto: Este matrimonio fracasará de todos modos
¿Tienes más de 18 años?