El anillo roto: Este matrimonio fracasará de todos modos - Capítulo 4

 

***

 

El príncipe heredero Oscar, de diez años, miraba a Carsen con evidente fastidio y estiró las piernas, como queriendo demostrar lo mucho más largas que eran en comparación con las de Carsen, de seis años. Oscar era unos años mayor, y cada año contaba mucho para los niños que apenas tenían unos cuantos años de vida por delante.

 

—Todavía no lo entiendo. ¿Por qué te habría elegido a ti? —preguntó Oscar por enésima vez.

 

Carsen cerró su libro de golpe. Intentó contener un desdénoso vistazo hacia su molesto primo. Al fin y al cabo, esa criatura irritante terminaría siendo su señor, sin importar cuánto lo fastidiara. Sus padres le habían recordado varias veces esa triste realidad esa misma mañana. Su responsabilidad era servir a ese primo infantil hasta la muerte, tal como su padre servía a Su Majestad.

 

—Carsen Escalante de Esposa —dijo Oscar, alzando la nariz con aire de superioridad. Aunque intentaba mostrarse como el adulto ante su primo menor, su actitud pomposa solo delataba su inmadurez.

 

—Sí —respondió Carsen.

 

—¿Me estás escuchando siquiera? —insistió Oscar.

 

—Creo que sí.

 

¿Crees que sí? ¿Cómo es posible que no estés seguro de prestarle la máxima atención a tu futuro emperador?

 

Ahí vamos de nuevo. Carsen apostaría dinero a que la arrogancia y el temperamento explosivo de Oscar volverían amargos a sus seguidores en poco tiempo, cuando se convirtiera en emperador.

 

—¿Crees que el mundo te pertenece solo por tener un rostro bonito? ¿Eso es lo que piensas?

 

—Solo dije que creo que sí, porque eso es lo que estaba pensando…

 

—Ahí está tu problema exactamente —Oscar se apartó un mechón de su cabello castaño rojizo con exasperación—. No tienes convicción en tus pensamientos. ¿Vas a seguir tartamudeando “creo que sí…” cuando tengas que liderar un ejército?

 

—No, no lo haré —suspiró Carsen, deseando que esta conversación terminara cuanto antes.

 

Su tía, la Emperatriz Cayetana, madre de Oscar, le había dicho una vez que podría lograr cualquier cosa en el mundo cuando alcanzara la adultez. “Por eso debes estudiar ahora y hacer aquello que no quieres. Con tu esfuerzo en la infancia, ganarás todas las libertades que tendrás más adelante,” le había explicado.

 

Qué mentira tan flagrante. La Emperatriz Cayetana claramente le había mentido.

 

Cuando Carsen alcanzara la adultez, todavía tendría que cumplir con muchas obligaciones que no deseaba. Por ejemplo, estaba destinado a casarse con la fría hija del Duque Valeztena, lo que implicaba que también tendría que asumir la responsabilidad de heredar el título familiar. Como futuro esposo de la poderosa familia Valeztena, Carsen no podía esperar que el título pasara a su hermano recién nacido, Miguel.

 

Además, tendría que lidiar con su antagonista primo durante toda su vida. Como primer Escalante en suceder al trono en 150 años, el Príncipe Heredero Oscar era el centro de atención de la familia Escalante. Por consiguiente, Carsen, como sucesor del ducado Escalante, estaba obligado a servir al próximo emperador.

 

—Debes haberle hecho algo a Lady Inés Valeztena —murmuró Oscar para sí mismo.

 

Carsen contuvo las ganas de poner los ojos en blanco. El príncipe heredero ya estaba creando teorías conspiratorias en su contra.

 

Se recompuso antes de responder con cortesía. —Solo tengo seis años, Alteza —dijo. ¿Qué podría haber tramado un simple niño de seis años?

 

Carsen se sentía orgulloso de sí mismo por comportarse con tanta madurez. No importaba lo que su desagradable prometida o su futuro suegro dijeran; Carsen sabía que era bastante listo para su edad.

 

Los ojos de Oscar se entrecerraron. —Exacto. Qué astucia para un niño de apenas seis años.

 

—Pronto tendré siete —agregó Carsen. Qué molesto es un niño de apenas diez años… pensó para sí mismo.

 

—¿No te diste cuenta de que Inés Valeztena era mía? —preguntó Oscar.

 

—Su Alteza, ella nunca fue suya… —intentó replicar Carsen.

 

—¡Cómo te atreves a tomar lo que pertenece a tu emperador! —gritó Oscar. Su ira llegaba un poco tarde, considerando que el compromiso entre Carsen e Inés se había formalizado hacía ya tres meses.

 

—Por mi generosidad, no te pediré que pagues por tu crimen. Así que dime, ¿qué artimañas usaste para que ella aceptara? —preguntó Oscar.

 

—No usé ninguna artimaña… —intentó responder Carsen.

 

Oscar lo interrumpió de inmediato, sacando sus propias conclusiones. —¿Fue tu maldita cara? Seguro que sí.

 

El rostro angelical de Carsen se descompuso de frustración. Las capas de cansancio en su cara normalmente no serían propias de un niño, pero su belleza parecía adaptarse a cualquier expresión. Intentó intervenir de nuevo. —Yo no…

 

—Te rondabas por allí y mostrabas tu maldita cara —lo acusó Oscar.

 

—Yo no rondé… —

 

—Qué astutas artimañas —escupió Oscar. Él también había heredado la belleza de su padre, pero sabía que palidecía frente a la apariencia casi sobrenatural de Carsen.

 

—Su Majestad, la Emperatriz Cayetana fue quien organizó… —intentó explicar Carsen.

 

—Ella solo intentaba arreglar un matrimonio imperial, no uno para la casa Escalante —lo interrumpió Oscar.

 

De hecho, la Emperatriz Cayetana había hecho que los tres niños fueran compañeros de juegos con la intención de que las familias Valeztena y Escalante eventualmente se unieran en matrimonio. Cuando Inés declaró que preferiría casarse con cualquier otro, incluso alguien como Carsen, antes que con el príncipe heredero, la Emperatriz actuó rápidamente y comprometió a Carsen, a pesar del claro desdén de Inés hacia ambos hijos de la casa Escalante.

 

Si Carsen tuviera unos años más, se habría dado cuenta por sí mismo del desprecio en las palabras de Inés. También habría notado la hipocresía en la afirmación de la emperatriz Cayetana de que “una esposa feliz hace un matrimonio feliz”. La tía de Carsen, la emperatriz Cayetana, en realidad nunca había querido a la apagada Inés como nuera, aunque sí ansiaba el poder de la familia Valeztena. Cuando se dio cuenta de que podía ofrecer a su sobrino en lugar de a su hijo para consolidar la alianza entre las dos familias poderosas, se sintió encantada.

 

Desafortunadamente, Carsen tenía apenas seis años y no entendía cómo lo estaba utilizando su tía en aquel momento. Tal vez, su ignorancia era lo mejor para su salud mental.

 

—Su Alteza, le repito que Inés tomó la decisión—

 

—Arruinaste su vida. Todo por tu maldito rostro. Perdió la oportunidad del mayor honor del imperio.

 

¿Arruiné su vida? Carsen negó con la cabeza. Seguramente, la verdad era todo lo contrario.

 

—Pensar que esa estúpida urraca eligió a este idiota en lugar de a mí… —suspiró Oscar.

 

Carsen quedó profundamente desconcertado. ¿Acaba de llamar urraca a Inés? —Pensé… que sentías algo por ella.

 

—¿Que tenga sentimientos por esa urraca? —se burló Oscar.

 

La confusión de Carsen aumentaba con cada palabra de Oscar. —Pero… tú la querías. —¿No era suficiente su insistencia para molestarlo durante los últimos treinta minutos?

 

Oscar rió y habló despacio, como si se dirigiera a un bebé que acababa de aprender a hablar. —Carsen, yo no siento nada por ella. Solo quiero poseerla. —Asintió para sí mismo, con una sonrisa arrogante que se extendía por su rostro. La condescendencia se notaba en cada palabra. —Lo que deseaba era casarme con la chica, no enamorarme de ella. Dos cosas completamente diferentes.

 

Por supuesto, ninguna de las dos opciones era posible, ya que Inés se había negado a tener cualquier relación con Oscar. Carsen decidió no comentar nada.

 

—De todas las jóvenes disponibles, su linaje es incomparable. ¿Por qué no querría a alguien así? —añadió Oscar con una mueca de desprecio.

 

Carsen también sabía que Inés era la única hija joven de los cinco ducados. Como la única mujer de las cinco familias más poderosas de los Grandes de Ortega, Inés tenía todas las de ganar. Incluso el futuro emperador no podía ignorar la influencia de los Grandes de Ortega.

 

De hecho, este compromiso no solo había robado a Carsen su libertad para el resto de su vida, sino que también le había negado al joven príncipe heredero algo que deseaba por primera vez en su vida.

 

—Podrías haberte casado con mi media hermana, ¿sabes? —dijo Oscar.

 

—Ugh…

 

—¿Qué? ¿Prefieres a la urraca Valeztena antes que a mi hermana?

 

Carsen no pudo evitarlo. La idea de casarse con una prima, aunque no compartieran sangre directa, le resultaba repulsiva.

 

—Entonces debes encontrar a la urraca… tolerable.

 

Tres meses después de su compromiso, Carsen empezaba a aceptar su destino. —Si tengo que vivir con ella por el resto de mi vida, entonces debo hacerlo.

 

—Acabas de aumentar mi apetito por ella. Oscar sonrió con malicia. —No es como si tu belleza durara para siempre. Tú también envejecerás eventualmente —murmuró para sí mismo, y luego se puso de pie. —Muy bien, vamos a ver a tu urraca ahora.

 

Carsen lo miró incrédulo.

 

—Aún no están casados. Tienen muchos años antes de llegar a la adultez. Mucho puede pasar entre ahora y entonces.

 

Oscar parecía haber olvidado que él mismo también estaba a muchos años de la adultez.

 


 

Traducción: Lysander

 

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