La Historia de Carsen
El compromiso entre Carsen e Inés no había tenido el comienzo más agradable.
Cuando Carsen tenía seis años y prometió el resto de su vida a la también seisañera Inés, apenas tenía una idea vaga del compromiso al que se estaba comprometiendo.
Cuando la fiesta de compromiso estaba llegando a su fin, preguntó a varias personas: —¿Cuántos años me quedan de vida?
Cada persona sonrió incómodamente ante su pregunta. Ninguno parecía capaz de darle una respuesta. Carsen comenzaba a frustrarse por la falta de respuesta cuando se dirigió a una desprevenida duquesa Valeztena. El duque Valeztena detuvo a la duquesa antes de que pudiera responder y hizo un gesto para que su hija, Inés, diera la respuesta en su lugar.
—¿Cómo es posible que no sepas la respuesta a una pregunta tan obvia? —preguntó Inés con desdén.
Carsen frunció el ceño. Aunque sus alturas apenas diferían en una pulgada, ella de algún modo lograba mirarlo por encima del hombro, como si él fuera un gusano o alguna otra criatura despreciable. Carsen de seis años quizá no sabía todo, pero ciertamente reconocía cuándo alguien lo despreciaba.
—No lo sabes. Claro que no lo sabes —se burló Inés.
—Sí lo sé. Todos saben cuánto dura la vida de alguien.
—Entonces, adelante, dime.
La confianza de Carsen se desvaneció. —S-serán muchos años, por un lado —tartamudeó.
—¿Cuántos exactamente? —insistió ella.
—Bueno, bastantes… —
—¿Debo hablarle directamente yo? —gruñó Inés, volviéndose hacia sus padres—. Debe haber una forma más eficiente de hacer esto.
El duque Valeztena se inclinó hacia adelante para encontrar la mirada de su hija y la colmó de una sonrisa amable. —Entiendo tu frustración. Debe ser difícil para ti soportar a tus compañeros, porque eres mucho más inteligente que ellos. Por eso debes practicar cómo conversar con ellos de manera que no reveles tu superioridad y mantengas su feliz ignorancia sobre su propia inferioridad…
Carsen no podía creer lo que oía. ¿Está sugiriendo que soy inferior a Inés? ¿Cree que soy… estúpido? Pero hasta ese momento, Carsen se había considerado bastante inteligente para un niño de seis años. Sus familiares y tutores siempre lo elogiaban por superar a la mayoría de sus compañeros en los estudios.
Mientras el ceño de Carsen se profundizaba, ni el duque ni Inés parecían prestarle atención. El duque Valeztena parecía más preocupado por su orgullo y adoración hacia su hija que por él.
—No necesito amigos. De hecho, él es mi prometido, no mi amigo —respondió Inés al duque. Su tono sugería que un prometido merecía aún menos su atención que un amigo.
Carsen era joven, pero lo suficientemente mayor como para saber que un prometido era más valioso que un amigo. Después de todo, Inés podía hacer varios amigos si quería, pero solo tendría un prometido: Carsen Escalante de Esposa. Aunque ya habían fracasado varias veces en intentar desarrollar una amistad, Carsen sabía que ese compromiso significaba que ahora tenía importancia en su vida. Chasqueó la lengua en silencio. Inés ni siquiera sabe algo tan simple, ¡y se cree tan inteligente!
—Sí, Carsen es tu prometido. Por eso deberías tener más paciencia con él —instó el duque Valeztena—, como corresponde a una niña…
—Padre, mi mal genio no me hace menos niña —replicó Inés.
Para ser sincero, Inés Valeztena rara vez se comportaba como una niña de su edad. Su expresión era severa, su aura general imponente, y su vestido negro y sencillo parecía más apropiado para un funeral que para su propia fiesta de compromiso.
De repente, Inés se volvió hacia Carsen y lo sorprendió mirándola con ceño fruncido. Aun así, levantó la nariz con aire arrogante y dijo: —Escucha.
¿Acaso le costaría llamarme por mi nombre de pila? —se preguntó Carsen—. ¿Cómo podría casarme con alguien que se niega a usar mi nombre propio?
—Solo un muerto puede decir con certeza cuánto dura su vida —afirmó ella.
La confusión de Carsen solo creció. —Pero… ¿Cómo puede un muerto decir algo?
—No puede. Por eso nadie aquí puede responder a tu pregunta.
—Entonces, ¿cómo sabría la persona muerta la respuesta?
—Porque ya ha muerto —respondió Inés con absoluta seguridad, como si Carsen estuviera preguntando algo que cualquier niño de seis años debería haber entendido.
Carsen se retorció incómodamente. Apenas hacía cuatro meses que había comprendido el concepto de la muerte. Se sentía fuera de lugar en aquella conversación tan macabra, y la presencia de Inés con su vestido negro lo recordaba a la parca misma. Miró alrededor buscando una forma de escapar del diálogo, pero los Valeztena ya habían abandonado a los dos recién comprometidos para disfrutar de los cócteles. Carsen decidió cambiar de tema.
—Entonces, ¿tú tampoco sabes cuántos años te quedan de vida? —preguntó.
—Por supuesto que sí. Aún no estoy muerta —respondió Inés con voz distante.
En un solo intercambio, la conversación había vuelto de nuevo al tema de la muerte. La táctica de Carsen no estaba funcionando.
—¿Por qué hay que morir primero para averiguarlo?
—Porque tu vida termina con la muerte —dijo Inés.
Carsen no supo qué decir. Su cabeza estaba hecha un lío con las confusas afirmaciones que Inés lanzaba una tras otra.
—Entonces, uno contaría los años hasta la propia muerte para calcular los años de su vida —explicó.
—¿La vida termina… con la muerte? —preguntó Carsen.
—Por supuesto. ¿Acaso imaginaste que tu vida duraría para siempre?
¡Ajá! Carsen había encontrado una vía de escape de este matrimonio. Le agradaba saber que este compromiso con Inés eventualmente terminaría, aunque no le gustaba que esa conclusión implicara tener que morir.
—¿Por qué… la vida tiene que durar hasta la muerte? —preguntó.
—Porque esa es la naturaleza de la vida. Todos los años entre tu nacimiento y tu muerte conforman tu vida. Por lo tanto, solo puedes conocer la duración de tu vida después de morir.
Carsen abrió la boca para responder, pero se dio cuenta de que no sabía qué decir.
Inés suspiró con exasperación. —Por favor, no me preguntes cuándo morirás.
—¿Cuándo moriré? —preguntó Carsen.
Inés dejó escapar otro suspiro, igual que lo hacía su madre, la duquesa Escalante, cuando él se metía en problemas. Esta sorprendente semejanza hizo que Carsen se estremeciera.
—¿Cuándo moriré? ¿Por qué muero? —preguntó de nuevo con urgencia.
—¿Cómo voy a saberlo? —replicó ella—. Nadie sabe cuándo ni cómo morirás en el futuro.
—La pierna de mi abuelo se pudrió por una herida de bala que recibió en Nuñera. ¿Acaso a mí también se me pudriría la pierna…?
—Si sigues sus pasos, podría pasar. Pero no necesitas una herida de bala para morir. Podrías morir de enfermedad, hambre, alcoholismo o por una puñalada.
La piel de porcelana de Carsen palideció un tono más. —¿Hay tantas formas de morir? —preguntó.
Inés suspiró una vez más. —Podrías ser cuidadoso y prevenir estos desenlaces tanto como sea posible.
—¿Puedo evitar la muerte si soy lo suficientemente cuidadoso? —preguntó Carsen.
—No.
—¿Entonces moriré sin importar cuán cuidadoso sea?
—Sí. Incluso podrías morir mañana.
El rostro impecable de Carsen se fue desfigurando lentamente en una mueca, y sus ojos azules se llenaron de lágrimas. —¿Mi pierna… se pudrirá como la del abuelo? —murmuró, presa del miedo.
Inés lo miró con desdén. —Tu abuelo vivió diez años más después de que le amputaran la pierna.
—Entonces, ¿tengo que vivir contigo hasta que alguien me corte la pierna? —preguntó Carsen.
—No —respondió Inés—. Solo trato de explicarte que tu pierna no necesita ser amputada nunca. Eso no es un requisito para morir. Aunque supongo que podrías contraer una enfermedad que infectara la pierna…
—¡Entonces sí necesito cortármela! ¡Tengo que quedarme casado contigo a menos que me corte la pierna! —gritó Carsen, aterrorizado.
Mientras su grito atravesaba el salón, todas las miradas se volvieron hacia él. Su cabello rubio brillaba a la luz de las velas, y sus pupilas azul pálido también relucían con las lágrimas que surcaban su rostro angelical. El joven Carsen se veía impecable con su camisa blanca, corbatín carmesí, chaleco beige y chaqueta color avellana. En contraste, Inés era la imagen de la sencillez y la apatía, vestida de negro de pies a cabeza y devolviendo la mirada al lloroso Carsen, indiferente ante la vista magnífica que tenía frente a ella.
Todos los presentes los observaban. Inés ya no soportaba que Carsen la ridiculizara de esa manera. Tenía que hacer algo para detener a ese imbécil. —Nuestra responsabilidad incluye no solo el matrimonio, sino también engendrar un hijo entre nosotros —dijo entre dientes.
—¡No! ¡No quiero! —gritó Carsen.
Inés intentó razonar con él. —Por eso más te vale dejar de llorar de inmediato. Si sigues sollozando, no tendrás otra opción que tener un hijo conmigo. No quieres eso, ¿verdad? Después de todo, me odias.
Carsen asintió lentamente. A regañadientes, Inés le secó las lágrimas del rostro. Una vez que pareció mostrar algo de cuidado por Carsen, los adultos cercanos dejaron de prestarles atención. Tan pronto como se aseguró de que nadie los observaba, Inés se apartó de él. Carsen imaginó que las nubes oscuras de muerte que parecían rodear a Inés también se alejaban de él.
—En realidad, podría haber una manera de acortarlo —susurró ella.
—¿Acortar… qué? —preguntó Carsen.
Inés esbozó una sonrisa cómplice por un instante antes de volver a su rostro estoico. —Nuestro matrimonio.
Carsen no logró comprender del todo lo que quería decir y la miró fijamente, desconcertado. Inés murmuró algo incoherente entre dientes, y Carsen adivinó que no debía ser nada agradable sobre él.
En ese momento, la tía de Carsen, la Emperatriz Cayetana, levantó su copa para un brindis: —Brindemos por la futura unión de Carsen Escalante de Esposa e Inés Valeztena de Pérez. Sin duda, esta hermosa pareja fortalecerá el lazo entre ambas familias.
—¡Salud! —respondió la multitud.
La emperatriz Cayetana retomó su discurso: —Que estos dos tortolitos se cuiden mutuamente toda su vida y se apoyen en las dificultades. Carsen Escalante, como futuro yerno de la familia Valeztena, e Inés Valeztena, como futura señora de la Mansión Escalante, servirán a ambas familias con esplendor. Esta unión futura trae gran alegría al hogar imperial…
El brindis de la emperatriz sonó a una maldición para Carsen. Para siempre. Por el resto de sus vidas. Hasta que la muerte los separe. Las ominosas palabras resonaban en sus oídos. Sin importar lo que él quisiera, quedaría irremediablemente atado a su prometida de seis años, grosera, arrogante y de aspecto sencillo.
En aquel fatídico día, Carsen estaba condenado a una vida con Inés.
Traducción: Lysander
El anillo roto: Este matrimonio fracasará de todos modos
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