Debo seguir el consejo de mi padre y atraparla mientras es joven, antes de que actúe por voluntad propia… pensó Óscar. Si Inés rechazaba su propuesta, sus opciones para esposa se reducirían drásticamente. No había espacio para semejante imperfección en su vida perfecta. Un hombre tan espectacular como él merecía solo a la esposa más espectacular.
Oscar sonrió con arrogancia antes de fingir una expresión de falsa humildad. —Inés, jamás esperé escuchar tales elogios de tu parte… —Y, detrás de ella, hizo un gesto nada discreto para que Luciano se retirara y los dejara solos.
Inés recordaba que Oscar tendía a ser grosero con otros chicos de su edad, sobre todo si eran más atractivos que él. De hecho, de niño ya buscaba tanta atención como lo haría después en su adultez.
El más apuesto Luciano dejó a los dos y se alejó del salón de invitados.
—Debo decir, Pérez es hermosa —Oscar cambió de tema con una gracia ensayada—. Luciano me dijo que anoche no podías dormir y me mostró los jardines en tu lugar.
—Ya veo —respondió Inés con frialdad.
Oscar caminaba de un lado a otro, dividido entre usar sus preciadas manos para levantar su retrato del suelo sucio o dejar que su preciosa imagen permaneciera allí. Deseaba con desesperación llamar a un sirviente para resolver ese problema de inmediato. Aun así, no quería parecer demasiado afectado y trató de continuar la conversación sin mirar el retrato demasiado seguido.
—Con razón Mendoza no te pareció impresionante. Tienes una naturaleza tan hermosa en tu propia casa. Por eso no viniste en primavera —dijo.
Inés negó con la cabeza. —La belleza de Pérez no se compara con la de Mendoza, la ciudad de Su Majestad el emperador. Tuve otras razones para quedarme en Pérez.
Oscar volvió a cruzar las piernas e inclinó el cuerpo hacia ella. —Estuve esperando tus cartas toda la primavera, Inés. Me preocupaba que algo te hubiera sucedido y por eso no escribías… ¿Fue mi propuesta demasiado repentina? ¿Por eso me evitas?
—No está ocurriendo nada de eso. Al contrario, ¿cómo podría rechazar el honor de ver a Su Alteza? —preguntó Inés, con un sarcasmo cuidadosamente disfrazado.
Oscar suspiró. —Solo dímelo, Inés, si la propuesta te presiona demasiado. Puedo esperar el tiempo que sea…
—Efectivamente, es demasiada presión —lo interrumpió.
Oscar se quedó helado ante la respuesta inesperada. La observó con detenimiento y entrecerró los ojos. Al darse cuenta de lo que hasta entonces no había notado, murmuró: —Te ves… distinta desde la última vez que te vi. Bastante distinta, en realidad.
—¿Ah, sí?
Él continuó observándola. —Estás más delgada, y tus ojos están llenos de tristeza.
Inés se burló por dentro. Así que no está ciego, después de todo.
Oscar notaba cada vez más. —Tu forma de hablar es más inteligente que antes. Llena de… elegancia.
—¿Quiere decir que antes me faltaba gracia o inteligencia?
Oscar tartamudeó mentalmente buscando palabras. —No, claro que no. Siempre has sido perfecta, Inés. Solo quiero decir que… de repente…
Inés lo interrumpió antes de que siguiera revelando su incoherencia. —Tiene razón, Su Alteza. Nunca fui perfecta.
Oscar volvió a quedarse callado, confundido por su reacción. Ella tomó su brazo, y él dio un respingo ante el movimiento repentino. Inés lo miró con una pasión que no tenía cabida en una niña de seis años.
—¿Le dije que el cuadro se cayó solo hace un momento? —preguntó.
—Creo… que sí —murmuró él.
—La verdad es que estaba admirando su glorioso retrato de cerca, hipnotizada por su belleza, cuando de pronto cayó sobre mi cara.
Oscar dio un respingo. —¡Oh, cielos! ¿No te hiciste daño?
—Por suerte no. Pero así fue como terminé pisando su retrato sin querer, y su rostro majestuoso acabó con una huella encima.
—¿Una huella… en mi cara? —Oscar se quedó boquiabierto mirando el retrato. No podía apartar la vista de la marca, congelado. Parecía como si ella hubiera pisoteado su rostro real.
Ella miró nuevamente el cuadro y mostró remordimiento fingido. —Soy demasiado insignificante para estar al lado del gran hombre en que se convertirá. La obra debe estar castigándome por desear algo que no merezco. ¿Cómo pude atreverme a desearlo…?
—Mi… rostro… —Oscar seguía demasiado concentrado en la huella para escuchar la historia de Inés.
Aun así, ella continuó: —Dios debe estar advirtiéndome. Lo he pensado toda la primavera, pero este compromiso no puede continuar.
Oscar por fin salió de su estupor egocéntrico. —Espera, ¿qué?
Inés bajó la mirada, como si le doliera la idea de renunciar al compromiso. —Quiero decir que Dios está en contra de nuestro compromiso.
Él bufó, desestimándola. —Eso es absurdo.
—¿Conoce los presagios? —preguntó ella.
Lo tomó por sorpresa. Era extremadamente sensible a la idea de parecer el ignorante de la sala. Cada vez que alguien le preguntaba directamente si sabía algo que, en realidad, no entendía, se quedaba con la boca abierta, tal como ahora.
—Este es uno de esos presagios. El cuadro caído significa la ira de Dios por nuestro compromiso.
Esa afirmación solo sería cierta si ella reemplazara la palabra “Dios” por su propio nombre. La huella era la prueba de su propia ira.
—Su retrato cayó sin una causa aparente, y pisé su cara por accidente. Si Dios me considerara digna de ser su esposa, habría preferido que el cuadro me golpeara en la cabeza y morir antes que pisar su rostro… No puedo creerlo…
Oscar solo parpadeó. Ella hablaba con tanta seguridad que su argumento ridículo sonaba casi lógico. A regañadientes, dijo lo que sabía que debía decir por cortesía: —Preferiría que pisaras mi retrato antes que que murieras…
—¡¿Ve?! Es demasiado generoso —exclamó ella—. Mi humilde persona no merece su bondad.
—No, Inés… —Oscar intentó interrumpir su monólogo, sin éxito.
—Por eso no merezco estar con usted, Su Alteza. En cambio, merezco hombres más simples como Enrique Othrono, Dante Ijar, Carsen Escalante, Leonardo Helbeth… y otros así. —Sin siquiera parpadear, mencionó los nombres de los herederos de cinco casas prominentes en los Grandes de Ortega. Suspiró dramáticamente, como si esos nobles no fueran herederos poderosos sino simples don nadie con los que merecía casarse como castigo por su codicia—. Por eso debe olvidar nuestro compromiso —concluyó.
Había mencionado cinco nombres, pero la mente de Oscar se aferró solo a uno. Su orgullo se hizo trizas al preguntar: —¿Acabas de mencionar a Carsen Escalante de Esposa?
Ah, cierto. Fue entonces cuando Inés recordó que él detestaba a todos los chicos más atractivos que él.
Inés hurgó entre los recuerdos borrosos de su primera vida. Todo lo que recordaba de Carsen era su rostro excepcionalmente hermoso, así que decidió aprovechar la oportunidad.
Aunque no recordaba cómo lucía Carsen en su infancia, tenía muy presente lo patético y nervioso que Oscar se ponía al oír su nombre. siempre parecía temer que su prometida descubriera lo insulso que él se veía al lado de su magnífico primo. Con el tiempo, incluso evitaba estar cerca de él.
Oscar sabía que la belleza era un concepto relativo. Al lado de un hombre más corriente, Oscar podía considerarse atractivo a su manera, pero su primo Carsen había nacido con un rostro que haría que la mayoría de los modelos se marchitaran de vergüenza.
En su primera vida, Inés evitaba todo lo que Oscar evitaba. Por eso, rara vez se cruzó con Carsen. Solo recordaba una imagen lejana de él con su uniforme naval. Sí, era un oficial de la marina destinado en las costas de Calztela… Un recuerdo doloroso le golpeó el estómago.
En las orillas de Calztela, había sostenido la mano de Emiliano con todas sus fuerzas… huyendo de los oficiales que los perseguían sin descanso… Casi podía sentir el viento afilado del mar en la cara y los llantos de su bebé.
Reprimió el llanto y se negó a hundirse en esos recuerdos dolorosos. Aunque Emiliano volviera a vivir, moriría de nuevo en cuanto se cruzara con ella. La situación actual era la mejor para todos. Emiliano aún no había conocido a Inés y, por tanto, seguía vivo y a salvo en algún lugar. Ninguna de esas tragedias había ocurrido todavía.
Con la furia renovada hacia Oscar, Inés sonrió mientras pronunciaba las palabras que sabía que destrozarían su orgullo. —Sí, creo que Carsen Escalante es suficiente. Es una pareja adecuada para mí.
Carsen probablemente ya lucía como un ángel, y Oscar herviría de envidia al perder a su prometida a manos de él. Un compromiso con Carsen sería su dulce venganza.
Traducción: Lysander
El anillo roto: Este matrimonio fracasará de todos modos
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