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La Inés de seis años se mantuvo tranquila ante la regresión de su edad. Ya no necesitaba atormentarse con los bordes afilados de los muebles ni con la punta afilada de una pluma para comprobar si seguía soñando. Ese tipo de dolor solo habría servido para reafirmar la realidad de la situación.
No quería que su nueva vida se sintiera real. La vida le parecía una piscina de cianuro en la que se estaba ahogando. Aunque intentaba comportarse como una niña de seis años, los sentimientos de su vida anterior volvían a invadirla de vez en cuando.
Siempre que recordaba haber acabado con la vida de su propio hijo, miraba sus pequeñas manos con incredulidad. Unas manos tan pequeñas no podían hacer gran cosa, y menos aún quitarle la vida a otro. Cada vez que la culpa y la desesperación la abrumaban, encontraba alivio en que ahora su cuerpo fuese el de una niña de seis años. Se repetía que era una criatura indefensa y trataba de convencerse de que sus recuerdos no eran reales. Unas manos tan pequeñas no podrían matar a nadie. Con este cuerpo de seis años nunca podría ser esposa ni madre. Imposible.
En lugar de obligarse a aceptar la realidad de su regresión, afrontó su nueva vida con incredulidad y evasión. Quizá todo aquello era un sueño terrible y repugnante… Un sueño sobre alguien a quien echaba de menos con todo su corazón. No le importaba si la vida actual era un sueño o si su segunda vida con Emiliano también lo era. De cualquier modo, Emiliano ya no formaba parte de su vida.
Tras diez días de fiebre y veinte días de silencio, Inés por fin aceptó su situación. No podía cambiar nada. Por mucho que no quisiera estar viva, estaba viva otra vez. Incluso después de haberse quitado la vida dos veces, se encontró respirando y hablando de nuevo. Había regresado a su vida en Pérez, entre la gente a la que solía querer.
Aquellos eran los días en que sus padres aún vivían en matrimonio feliz y su madre seguía tratando a sus hijos como sus mayores tesoros. Su padre, que en su segunda vida había llegado a despreciar a su hija de veinte años por su desobediencia, todavía amaba a su hija de seis. Su vida volvía a ser feliz.
Mientras Inés intentaba apartar de su mente el recuerdo de su propio asesinato, procuraba también ignorar la imagen de Luciano matando a Emiliano. Incluso cuando de vez en cuando sentía el impulso de estrangular a su hermano, se tragaba la sensación. Aquel inocente niño de nueve años no parecía el mismo hombre que había matado a Emiliano y escupido sobre su cadáver.
Quizá Luciano nunca había matado a Emiliano. Quizá su hermano no era un asesino. Por supuesto. Nada de eso había sucedido. Inés se miraba en el espejo y se decía que ninguno de esos hechos terribles había ocurrido.
El Ducado de Pérez se encontraba en la zona sur de Ortega. Sus días eran largos y sus noches aún más, pero Inés aprendió a tolerar el paso del tiempo. Acababa de comenzar su sexto verano. Su reflejo en el espejo parecía crecer a ritmo de caracol, pero aceptó esa realidad.
A medida que se acostumbraba a su tercera vida, los recuerdos de Emiliano se desvanecían. A veces se alegraba de dejar que se fueran. Al desvanecerse los recuerdos, también se diluía el dolor.
Las noches en que veía a Emiliano en sueños y despertaba llorando, se decía a sí misma que nada de eso había pasado hasta que las lágrimas se detuvieran. Entonces salía el sol y todo volvía a estar bien.
Al menos por ahora, Emiliano debía estar vivo en alguna parte. También se levantaría de su cama. Ese pensamiento ayudaba a Inés a volver a respirar. Estoy bien mientras él esté vivo. Ese sencillo mantra daba sentido a su tercera vida.
Tras un breve golpe, el rostro de la duquesa Valeztena apareció en el umbral. —¿Inés, estás lista? —
—Sí, madre. —
Inés se levantó del taburete del tocador y siguió a la duquesa Valeztena. El príncipe heredero las esperaba.
***
Oscar contempló un rato el glorioso sol y las vastas llanuras frente a él. —Pérez está aún más hermoso en verano. Tienes mucha suerte de tener un hogar así, Inés. —Luego empezó a parlotear sobre cómo el verano despierta el vigor de la vida en Pérez, bla, bla…
Inés asintió sin prestar demasiada atención.
Oscar notó su distracción y se acercó a su rostro —Parece que algo te está distrayendo, Inés. —
—No es nada, Su Alteza.
—No puedes esconder nada de mis ojos agudos.
Cierto: Oscar tenía la astucia necesaria para distinguir qué chica le daría más prestigio e influencia familiar. Y, a decir verdad, Inés no tenía mucho derecho a criticar a Oscar por superficial: ella misma lo había elegido como esposo por la misma razón frívola en su primera vida.
Hubo un tiempo en que creyó que Oscar era el hombre más poderoso y prestigioso entre los hombres que podía escoger. Estaba convencida de que él la convertiría en la mujer más admirada de la nación. En aquel entonces, esa promesa de prestigio era lo suficientemente tentadora. Por eso Oscar fue la pareja perfecta. Incluso creía que superaría su tendencia infantil a alardear. En unos años sabría elegir palabras más comedidas, de modo que no podía culparlo demasiado por ello.
Lamentablemente, Inés sabía demasiado bien que con el tiempo se convertiría en un libertino repugnante más allá de toda imaginación.
Oscar extendió la mano y tomó su barbilla con la mano derecha. —Sé lo que estás pensando, Inés. —
No pudo ocultar la amargura en su mirada. A decir verdad, aquel niño era realmente ingenuo. Solo sabía perseguirla y ambicionar convertirse en un gobernante sabio. No tenía ni idea del pervertido repugnante en que se convertiría dentro de doce años.
Oscar aún no la había traicionado, igual que su padre aún no había empezado a despreciarla y Luciano no había matado a Emiliano. Ella aceptaba eso de forma intelectual y emocional. La cara actual de Oscar era la de un muchacho inocente, no la del hombre codicioso que sería después.
Aunque no podía impedir la repulsión y el odio instintivos heredados de su vida anterior, esas emociones no eran tan intensas. Al fin y al cabo, Oscar importaba poco desde que Emiliano había entrado en su vida. Si los hechos de su segunda vida ya eran un recuerdo lejano, su primera vida ahora se le parecía como la historia de otra persona.
Ahora, Inés no odiaba tanto a Oscar. Lo único que le importaba era su higiene.
—Veo la desolación en tus ojos —murmuró él.
Debió de haber aprendido la palabra “desolación” y quería lucirse con su nuevo vocabulario. Al intentar girar la cabeza para zafarse de su agarre, él le sujetó el hombro con la otra mano. Inés se estremeció.
—Entiendo que estés preocupada. Mi propuesta puede parecer repentina. Convertirte en princesa heredera conlleva muchas responsabilidades… Pero puedes hacerlo, Inés Valeztena. Ninguna otra mujer está mejor preparada para este papel. —
Apenas prestaba atención a lo que decía.
Siguió mirándola fijamente a los ojos. —El título prácticamente es tuyo. Solo tienes que presentarte tal como eres ahora. —
Desgraciadamente, todo lo que Inés podía pensar era en cómo su mano en el hombro acabaría contaminada con todo tipo de virus. Esos mismos dedos se meterían en los traseros de mujeres sin nombre y tocarían a acompañantes masculinos del distrito rojo.
Su repulsión instintiva fue intensa, porque había heredado la obsesiva manía de limpieza de su madre. Incapaz de ocultar su asco, se zafó de su agarre. Aquella fue la primera emoción de gran intensidad que sintió desde que despertó como una niña de seis años.
—¿Inés? —
Le apartó la mano de un golpe. —No me toques. Eres repugnante. —Ahora estaba decidida a no acercarse jamás a algo tan sucio. Nunca.
La boca de él se abrió de par en par. —¿He hecho… algo malo? —
Aún no. Pero más adelante cometería muchos errores, dentro de poco más de una década. Entonces, durante ocho años, lo haría todo mal en el mundo, hasta que su esposa se viera empujada a poner una escopeta en su propia cabeza.
Quizá sí le importaba más la situación de lo que creyó al principio. Sintió el corazón agitarse y la mente maquinando. Sí: saber que Emiliano vivía en alguna versión de la realidad le daba un alivio momentáneo; sin embargo, su objetivo principal era evitar la miseria a toda costa.
No era una persona desinteresada ni paciente por definición. Tenía una baja tolerancia para hacer aquello que no quería. Al fin y al cabo era solo una niña de seis años. Además, se asqueaba con facilidad. Por eso necesitaba un plan para asegurarse de no tener jamás que soportar a Oscar.
Traducción: Lysander
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