Hasta que nos casemos… Incluso después de casarnos… Cada uno podrá hacer lo que quiera… En privado… Carsen pronunció el último pensamiento en voz alta: —¿Lo que cada uno quiera… en privado?
Qué palabras tan ominosas. De todas las frases frías que Inés había dicho hasta entonces, ninguna había sonado tan inquietante como esta.
—¿Qué planeas hacer en privado, Inés, cuando yo no esté mirando?
Trató de calmarse antes de sacar conclusiones apresuradas. ¿Qué cree ella que es un matrimonio? Resopló y se levantó de su asiento. Por más vueltas que le daba, no encontraba forma de interpretar sus palabras de un modo sensato.
Entornando los ojos hacia Inés, Carsen se sentó en la mesa, con las piernas abiertas. Ahora tenía su cuerpo entre las suyas, con la esperanza de impedirle que se levantara y se marchara en mitad de la conversación.
Inés siguió bebiendo tranquilamente su té. No parecía importarle que su prometido la hubiera atrapado entre sus piernas. Simplemente lo miraba. —Escalante, aquí hay sillas para sentarse.
—Estoy sentado aquí. Así que, por el momento, esto me sirve de asiento.
—Deja de molestar.
—Qué curioso, a mí no me molesta. —Cerró las piernas, atrapando sus rodillas entre sus muslos.
Inés ni siquiera se inmutó. —¿Por qué actúas como un niño? —soltó con sarcasmo.
—Un niño nunca podría hacerte esto con estas piernas largas. Entre los dos, parece que tú eres la que tiene tamaño de niña.
—No puedo creer lo infantil que eres. Respondiendo así…
—En comparación con las tonterías que llevas diciendo estos días, no creo que yo sea el problema.
Ella frunció el ceño. —No veo ningún problema en mis palabras.
—¿Cómo no puedes verlo?
—¿Cómo voy a ver un problema que no existe? —preguntó Inés sin siquiera pestañear. Realmente parecía no entender el conflicto.
Estaba siendo tan exasperante como siempre y vestía el mismo sobrio vestido azul marino abotonado. Sin embargo, a los ojos de Carsen lucía completamente distinta. De algún modo, se veía aún más atractiva que en el concierto. Carsen intentaba ordenar sus pensamientos y emociones confusas. Si ella estaba dispuesta a pasar por alto su promiscuidad y quería asegurar una vida después del matrimonio donde ambos pudieran estar con quien quisieran… La única explicación lógica era que tuviera un amante, o varios, a los que deseaba seguir viendo.
—¿Estás haciendo todo esto… por tu amante?
—¿Qué? —preguntó ella, confundida.
—¿Es esta conversación parte de tu plan para continuar tu relación con él?
Quizá su aspecto recatado no fuera más que una fachada para despistar a él y al resto del mundo. Quizá llevaba tiempo seduciendo en secreto a otros hombres con ese cuerpo de porcelana y curvas. Sí, sería capaz de eso. Él mismo había sido testigo del poder de su seducción. Con su carácter dominante, podría tener hombres arrojándose a sus pies con facilidad.
Enredado en sus propios pensamientos, Carsen se puso verde de celos. Su historial tampoco era intachable y, por tanto, no tenía derecho a acusarla de tener amantes. Pero, después de los votos matrimoniales, tendría todo el derecho del mundo.
Bajó la voz. —No me importa si has estado viendo a otros hombres hasta ahora. Con mis antecedentes, no tengo derecho a reprocharte nada en ese sentido.
—Ah, ¿sí? Así que sí conoces el concepto de vergüenza —replicó ella con su calma habitual.
Entonces intentó recostarse en la silla, pero Carsen le sujetó ambas muñecas con una sola mano y le sostuvo la mirada. —Aun así, no puedo tolerar esto. A menos que tu objetivo sea asegurarte de que mi promiscuidad justifique la tuya…
—Esa descripción no está muy lejos de mi objetivo real.
—¿Qué? ¡Debes estar loca!
«But I am unlikely to ever draw level with you given your impressive track record.»
Has she always been this eager to get between a man’s legs? Cárcel wondered. He wiped the sweat from his face with the other hand. «I understand that you do not have high expectations of my virtue or loyalty after… all I have done in military academy. I understand that.»
—Aunque es poco probable que llegue a tu nivel, dado tu impresionante historial.
¿Siempre ha sido tan ansiosa por meterse entre las piernas de un hombre?, se preguntó Carsen. Se secó el sudor de la frente con la mano libre. —Entiendo que no tengas grandes expectativas sobre mi virtud o mi lealtad después de todo lo que hice en la academia militar. Lo entiendo.
—¿Te refieres a la academia a la que entraste para evitar casarte conmigo?
Su mirada vaciló. Él se refería a todas las mujeres con las que había estado durante esos años, pero ella tenía razón. Se habrían casado seis años antes de no ser porque Carsen había evitado lo inevitable.
Su sonrisa se ensanchó en una mueca. —No te preocupes. Disfruté del retraso tanto como tú. Y gracias a eso hasta terminaste alistándote.
Ahora fue Carsen quien sonrió con desdén. —Supongo que tú y tus amantes estarán agradecidos por mis decisiones del pasado.
—No tengo amantes. Ninguno —aclaró ella. Su respuesta segura sonó sincera.
La mueca de Carsen se transformó un instante en una sonrisa agradecida, hasta que ella añadió: —Simplemente me alegró que el matrimonio se pospusiera, nada más. Ten en cuenta que no es que me desagrades particularmente, Escalante.
—Pero tampoco te agrado especialmente, Inés —replicó él. No encontró nada de consuelo en su última frase.
—¿Y por qué debería importarte eso?
¿Por qué me importa cómo te sientas?, pensó él con un nudo en la garganta. ¿Por qué ya no te importan mis sentimientos?, quiso preguntarle.
Ella suspiró y aclaró de nuevo: —Nunca he tenido relaciones con hombres. No tengo encantos ni un aspecto asombroso como tú para atraerlos.
Estaba equivocada. Él casi quiso sacudirla y gritarle que ya lo había hechizado. Casi quiso confesarle todas las cosas despreciables que había hecho pensando en ella. Pero no podía. Si le contaba la verdad sin adornos, ella podría abandonar Mendoza para siempre y no volver a verlo.
—¿Es tan terrible que quiera darte libertad? Estoy intentando hacer que el matrimonio sea más llevadero, sobre todo para ti. Claro que en el fondo también tengo la posibilidad de encontrar a alguien a quien amar de verdad…
Carsen se burló. Todavía tenía el descaro de mencionar el amor verdadero con sus ideas tan frías sobre el matrimonio.
—De todos modos, solo quiero que te sientas libre. Sé que mi decisión descarriló tu vida. Te forzaron a un compromiso. Recibiste un título demasiado joven y pasaste diecisiete años en clases interminables por eso. Encima, te emparejaron con una mujer aburrida y sencilla hasta el punto de que llegaste a subirte a un barco de guerra para evitarla. Por eso quiero asegurarme de que sientas que algo bueno salió de este trato. —Inés le dio dos golpecitos en la mejilla, como en los viejos tiempos—. Para que puedas poner esta cara bonita tuya en uso.
Carsen estaba convencido de que ella no le estaba diciendo toda la verdad. Todo esto debía ser un engaño. ¿Por qué si no se tomaría tantas molestias en explicarse cuando él ni siquiera le había preguntado? Esa expresión suave y ese aparente sacrificio de su orgullo para su comodidad no eran propios de Inés Valeztena. Tenía que estar tramando algo. Tenía que estarlo.
¿Qué está tramando? Entrecerró los ojos y la miró un largo minuto antes de inclinarse hacia ella.
Ella continuó su monólogo: —Sé que tu vida hasta ahora estuvo limitada por nuestro compromiso, pero te prometo que tu vida de casado será más libre. Disfrutarás de las libertades que te arrebataron antes.
Carsen se inclinó todavía más. Su rostro ya estaba a pocos centímetros de la piel de porcelana de Inés.
—Y, como tu esposa en el papel… —Su voz se fue apagando. Estaban tan cerca que podía sentir su aliento en la mejilla.
Por fin parecía descolocada. Su rostro sonrojado coincidía con el que Carsen había visto cada noche en sus sueños, justo antes de abalanzarse sobre ella.
Su respiración se cortó un instante antes de continuar: —Viviré mi propia vida sin interferir en la tuya y solo desempeñaré el papel de esposa ante los demás.
—¿Así que quieres vivir como una esposa que no tiene nada que ver con su marido? ¿Cómo es posible?
—Haré todo lo posible por cumplir con mis deberes como tu esposa en el papel. Espero lo mismo de ti. No nos amamos, y por eso mismo seremos una pareja perfecta. Todo lo que necesitamos es producir descendencia para nuestras familias respectivas. Fuera de eso, no tendremos ningún interés en la vida personal del otro…
Carsen le arrebató el resto de las palabras con sus labios. Los ojos de Inés se abrieron de par en par y dejó de respirar un segundo. Cuando él deslizó la lengua en su boca, ella exhaló. No había esperado ese beso repentino, y Carsen tampoco. Impulsado por su instinto, succionó ruidosamente sus labios y atrajo su cuerpo hacia él. Sus piernas se entrelazaron y las rodillas de ella se hundieron entre sus muslos. Cuando la apretó más en su abrazo, sus rodillas tocaron su erección.
Si de verdad era tan inocente como había aparentado todos estos años, no debería reconocer su dureza al tacto. Si era más consciente de lo que su reputación sugería, lo captaría enseguida.
En ese momento, Carsen vio a Inés sonrojarse por primera vez en su vida. Ella sabía exactamente lo que estaba pasando y el efecto que tenía sobre su cuerpo. Por fin había roto su armadura y la había tomado desprevenida.
Carsen retiró sus labios y recobró el aliento. —¿Piensas tener hijos sin… hacer esto?
Aunque acababa de besar por primera vez a su futura esposa, no sintió satisfacción, sino solo envidia. ¿Cómo había aprendido ella sobre los actos entre un hombre y una mujer? ¿Quién le había enseñado esas cosas? Carsen sabía que no tenía derecho a sentirse celoso, pero la emoción hervía dentro de él.
De nuevo, rozó su labio inferior con el suyo un instante y luego se apartó, ocultando una mueca tras una sonrisa deslumbrante. —Lamento decirte que no puedo vivir así, Inés Valeztena de Pérez.
Puede que no pudiera hacer nada con respecto a su pasado, pero estaba decidido a cambiar su futuro. —Me besarás incontables veces y yacerás conmigo incontables veces más. No tocaré a otra mujer y solo buscaré complacerte hasta el final de tus días, mucho después de que hayas dado a luz a nuestros hijos. —La miró profundamente a los ojos, esperando que sus palabras le llegaran—. Por eso no me interesan las supuestas libertades que quieres darme. Ese no és el matrimonio que planeo tener contigo. Puede que yo sea un hijo de perra… pero deberías saber que los perros son las criaturas más leales a su maestro.
Traducción: Lysander
El anillo roto: Este matrimonio fracasará de todos modos
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