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Inés examinó el rostro de Carsen para descubrir qué le ocurría. —Hoy te comportas extraño, Escalante.
La lluvia no había dejado de caer en toda la tarde y el carruaje de la familia Escalante avanzaba con dificultad entre los charcos del camino. Cada vez que las ruedas golpeaban un bache, el frágil cuerpo de Inés temblaba con la sacudida. Por lo general, Carsen habría reprendido de inmediato al cochero, solo para descargar la culpa del malestar en alguien. Pero esta vez estaba demasiado distraído con sus pensamientos indecentes como para prestarle atención. Apenas podía apartar la mirada de su escote. Al ver cómo sus pechos respondían al vaivén de los golpes, no pudo evitar recordar la imagen de aquellos senos pálidos rebotando al compás de sus embestidas.
¿Cómo es que sigo fantaseando con esas cosas teniendo a la verdadera Inés delante de mí? Se horrorizaba de sí mismo. Casi deseaba arrancarse el bulto que crecía en sus pantalones.
—¿Escalante…? —lo llamó de nuevo para atraer su atención.
El color abandonó su rostro. Esa voz inocente solo lo torturaba más. Apretó los dientes y desvió la vista hacia la ventana. —No… no es nada.
No era un adolescente, ni mucho menos un adicto al sexo. Aunque ya no estaba tan seguro de la segunda afirmación. En sus sueños había devorado a su virgen prometida de todas las formas posibles. Y despierto, no había dejado de masturbarse recordando aquellos sueños.
¿Y si de verdad soy un adicto? Todos esos pensamientos obsesivos bien podrían ser un síntoma. Estaba mortificado. Su orgullo hecho pedazos. Se sentía como un hombre rico despojado de todas sus pertenencias y arrojado a la calle.
Carsen cubrió su regazo con un cojín cercano para ocultar la erección. Se aferró con fuerza a la tela de terciopelo como si de ello dependiera mantener el control. Después recompuso el rostro para mostrarle a Inés que todo estaba perfectamente bien. —¿Sucede algo?
Ella no parecía convencida. —No… nada.
Esa pausa le erizó la piel, pero se obligó a pensar que Inés no tenía idea de lo que ocurría. Apenas toleraba la conversación trivial, mucho menos tendría interés en comprender los deseos masculinos. Seguramente planeaba no enterarse nunca. Y mejor así, porque Carsen preferiría que lo enterraran vivo antes de que ella descubriera su erección.
Deseaba terminar la charla cuanto antes, aunque fuese raro que Inés mostrara iniciativa para hablar con él. Impaciente, esperaba ver aparecer la mansión Valeztena por la ventana del carruaje. Pero, para su desgracia, este se detuvo frente a la mansión Escalante.
De todos los días para que el cochero se equivocara, tenía que ser hoy. Las verjas se abrieron y el carruaje cruzó los jardines. Cuando se detuvo frente a la entrada principal, Carsen soltó un hondo suspiro.
Estaba a punto de reprender al cochero cuando Inés habló: —Vamos. Debes darme la mano para bajar del carruaje. —Ya estaba sentada al borde del asiento, lista para levantarse.
Carsen la miró con desconcierto. —No estamos en tu casa.
—Eso puedo verlo por mí misma.
—El cochero debe haberse confundido. Le dije que te dejara primero.
—Yo fui quien le ordenó venir a la mansión Escalante —replicó ella—. Apenas pudimos hablar en el concierto.
Que su cochero obedeciera sus órdenes en lugar de las suyas… Carsen sintió que le venía un dolor de cabeza y se frotó las sienes. —¿Qué te pasa, Inés? —Para alguien que no mostraba el menor interés en la vida de su prometido, Inés siempre sabía cuándo incomodarlo.
Si entraba con esa erección tan evidente al salón, se vería obligado a despedir a todos los sirvientes de la casa para enterrar semejante vergüenza. Y mientras más intentaba no pensar en la tensión de su entrepierna, más duro se ponía.
Trató de evocar imágenes desagradables para aplacarla: el rostro de los monjes, el canto de la oración matutina, un matadero, el hedor de la alcantarilla.
Pero todo se borraba apenas volvía a mirar a Inés. Ella ocupaba todos sus pensamientos.
—Escalante, entiendo que no soy precisamente una invitada bienvenida, pero…
—Inés, no me molestas —la interrumpió. Estoy aterrorizado de ti, o más bien, de que me descubras…
—Bueno, eso me tranquiliza. Ahora, ¿puedes bajar primero y ayudarme?
Carsen la observó, desconfiando de sus intenciones. Al final desistió de descifrarla y bajó primero para tenderle la mano. Ella la tomó sin dudar y descendió al suelo. Luego enganchó su brazo con el de él y se apoyó.
—¿Vas a quedarte ahí parado?
—Yo… ca-camino —balbuceó.
Esto es una nueva forma de tortura. Tiene que serlo. El ligero peso de ella quemaba sus sentidos. Mientras avanzaban del brazo, él trató de aflojar el contacto, pero ella corrigió su postura para que adoptara la de un caballero. Maldita seas, Inés Valeztena de Pérez…
Los sirvientes de la mansión Escalante se sorprendieron al verla entrar. Solo esperaban a Carsen, no a su prometida. Ella rara vez acudía si no era por un evento especial.
Carsen la condujo al salón y despidió con un gesto a quienes mencionaban a la duquesa Escalante o a Miguel. Quería resolver aquel episodio lo más rápido y silencioso posible.
—Quisiera visitar a la duquesa Escalante —dijo Inés—. Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que la vi.
—¿De verdad necesitas hacerlo? Ya tendrás muchas oportunidades cuando estemos casados.
—También quiero ver a Miguel.
Aunque Carsen notó que lo llamaba por su nombre de pila, tragó la objeción que le subía a la garganta. Desde que su hermano fue nombrado caballero a los quince, ella insistía en tratarlo por el apellido. Había mantenido esa formalidad durante ocho años, y su relación nunca llegó a sentirse del todo cómoda.
Carsen se sentó primero y añadió: —Miguel está ocupado con su solicitud para la escuela militar.
—Lo sé. Me lo contó en sus cartas.
—¿Tú… te escribes con él?
—De vez en cuando. ¿Podemos ir a un lugar privado, si no vamos a visitar a la duquesa? Aquí está demasiado abierto.
Carsen sintió como un puñetazo en el estómago.
Precisamente por eso había elegido ese salón. El gran vestíbulo estaba conectado al resto de la mansión por varios pasillos, cada uno con sirvientes en sus tareas. Así, no daba la impresión de ser un lugar aislado, solo para los dos… Carsen tragó en seco, dejando que sus pensamientos divagaran sobre las oportunidades que podría darles la privacidad.
Se obligó a preguntar: —¿Hay… alguna razón en particular para necesitar privacidad?
Si esto fuera un sueño, ya la habría derribado al suelo y desnudado por hacer una pregunta tan sugerente. Le sonsacaría qué pensamientos indecentes la llevaban a pedir privacidad. Pero, por desgracia, no era un sueño. Al menos, su erección había disminuido un poco.
—Ninguna en especial. Solo pensé que sería más apropiado para una conversación personal.
—Creo que este lugar es bastante adecuado. Dime lo que quieras.
Estaba orgulloso de su respuesta. Sonaba confiado y nada lascivo. Sentía que volvía a tener el control, sobre todo de su cuerpo. La posibilidad de que entrara un sirviente en cualquier momento y el aire fresco parecían ayudar. También cruzar las piernas y ocultar su entrepierna servía de mucho.
—Nunca terminamos la conversación porque te fuiste tan de repente la última vez, Escalante.
Su confianza se desplomó en un instante. —Yo… no me fui tan de repente.
Ella se limitó a encogerse de hombros y siguió: —Agradezco el esfuerzo que has hecho por ocultar tu promiscuidad todos estos años. Supongo que ese esfuerzo… era tu forma de mostrarme respeto.
—¿Qué? —Carsen estaba desconcertado—. Sé que soy el culpable, así que deberías hablar tú primero, pero…
Ella esperó a que continuara.
—Estás loca, Inés.
—Escalante, déjame terminar mi explicación primero.
—Completamente loca —remató él, por si no había quedado claro.
—Hablaba en serio cuando dije que no me importa con quién estés. Después de todo, no me interesas…
Carsen sintió como si lo hubieran golpeado en la cabeza, pero no lo mostró. Se limitó a asentir y sonreír. —Claro, continúa.
—Y tú tampoco te interesas por mí. —La voz de Inés no dejaba espacio a la duda.
—Exacto…
—Por eso deberíamos seguir dejándonos en paz hasta la ceremonia de boda.
—Ya veo. —Carsen siguió asintiendo.
—Incluso después de casarnos, cada uno podrá hacer lo que quiera…
—Sí, es—. Espera. —Carsen dejó de asentir.
—¿Qué?
—En privado, por supuesto. Mientras mantengamos de cara al mundo la fachada de un matrimonio ejemplar.
La sonrisa desapareció de su hermoso rostro.
Traducción: Lysander
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