—Y-Yo lo envidio, teniente.
Carsen no tenía la menor idea de a qué se refería su subordinado. —¿Por qué?
—Está viviendo el sueño de todo soltero.
—¿Y cuál es el sueño de todo soltero?
—Una esposa que no lo ate —respondió José.
Carsen tragó saliva al escuchar aquella palabra. —Ella… Aún no es mi esposa.
—Claro, todavía es un hombre libre —José asintió con desesperación, intentando volver a caerle bien a Carsen—. Estoy a punto de comprometerme y prepararme para la ceremonia de matrimonio dentro de seis meses. Ahora que por fin está ocurriendo, me siento aterrorizado. Una vez que nos casemos, probablemente viviré bajo su vigilancia para siempre… —la voz de José se fue apagando.
—¿Por qué debería preocuparse tu esposa de que seas infiel? Ninguna otra mujer te querría de todas formas. Deberías agradecerle toda tu vida que te tolere.
—Supongo que eso es cierto… Pero la libertad de un hombre es—
—Almenara. Cuanto más hablas, más me irritas.
El rostro de José se desplomó ante las duras palabras de Carsen.
Carsen lo reprendió con más severidad. —¿Qué libertad debería desear un hombre casado? ¿Qué clase de cosas vergonzosas planeas hacer a espaldas de tu esposa?
—No, solo quise decir que envidiaba su matrimonio. Su esposa… digo, su prometida, la señorita Valeztena, le prometió una vida de libertades.
—¿Y me consideraste un hombre capaz de deshonrarse a espaldas de su esposa? —preguntó Carsen—. ¿Creíste que iría tras otras mujeres después de jurarle fidelidad en la iglesia? ¿Y que esparciría mi semilla por todas partes? La furia de Carsen no hacía más que crecer con cada frase.
José entró en pánico. La verdad era que siempre había considerado a Carsen un tanto liberal con la parte baja de su cuerpo. ¿No lo había dicho él mismo antes, que una vida sin ataduras era el sueño de todo soltero? José sacudió la cabeza con fuerza, esperando que su voz no delatara lo que en realidad pensaba. —No, no espero eso de usted, pero la señorita Valeztena…
—¿Soy acaso su perro? ¿Crees que me aparearía a su orden? —el tono de Carsen se volvió cada vez más sarcástico.
José se mordió el labio. —No, no, no quise decir eso. Como futuro duque de la familia Escalante…
—Está claro lo poco que piensas de mí.
En realidad, José sí pensaba muy poco de Carsen en cuestiones de romance. Nunca habría esperado que su teniente fuese tan devoto a su prometida.
—Nunca se sabe lo que pueda pasar, maestro. La señorita Valeztena es una mujer extraordinaria, tan generosa y comprensiva que podría brindarle diversas oportunidades en el futuro…
—No lo hace por generosidad.
Una vez más, José no supo qué responder. —¿Perdón?
—A ella no le importa una mierda lo que yo haga —escupió casi las palabras Carsen—. Por eso no le interesa lo que haga ni con quién lo haga.
Carsen no parecía feliz con aquello. ¿No debería sonreír ante su recién descubierta libertad? Hacía apenas unos minutos, no paraba de balbucear sobre lo mucho que aceptaba ese acuerdo. En cambio, volvió a maldecir entre dientes. Para ese momento, Carsen había dicho en un solo día más palabras que en todo el año anterior. ¿Por qué está hablando tanto? ¿Cuál es el sentido? se preguntó José otra vez.
De pronto, Carsen golpeó a Jose con el rifle en el pecho. Luego ordenó: —Trae de vuelta el cadáver del ave. Tienes sesenta segundos.
Esta vez, José repitió incrédulo: —¿Perdón?
—Ni se te ocurra regresar hasta que tengas un total de diez. Le dije al teniente Barka que cazarías suficiente para el banquete de esta noche. Pagarás caro si decepcionas a tu familia. —Carsen sonrió mientras le daba una palmada en el hombro a su subordinado—. Buena suerte.
José era famoso por ser un pésimo tirador. Carsen sabía que casi había reprobado los requisitos de graduación en la academia militar. La devastación se reflejaba claramente en el rostro de José, pero Carsen solo volvió a darle otra palmada, con un destello malicioso en los ojos. —Espero con ansias el banquete de esta noche.
Así fue como el tercer hijo del conde Almenara terminó llevándose la peor parte.
***
La condesa Fiante recostó el rostro contra el pecho de Carsen. —Lord Carsen, ha pasado unas vacaciones especialmente largas en la ciudad.
—¿Y eso no le complace? —preguntó él.
—Por supuesto que me complace verlo más seguido. La mayor parte del tiempo solo lo he observado desde lejos, recordando los maravillosos recuerdos del verano pasado. Ah…
Sus palabras se apagaron en un gemido apenas sus labios tocaron su cuello. Parecía necesitar muy poco de los juegos previos. Ya estaba húmeda con solo contemplar aquel hermoso rostro. La condesa Fiante lo atrajo con desesperación hacia su cuerpo. A pesar de su nombre casi celestial, estaba ávida por su contacto. Carsen estaba acostumbrado a ese tipo de atención por parte de las mujeres, pero hoy su mente estaba en otra parte.
Él apartó sus labios de los de ella. —Lady Fiante, deme un momento.
—¡No más esperas! ¡Estoy lista! Lord Carsen, por favor…! —comenzó a frotar su abdomen contra él, excitándose aún más—. ¡Ah! ¡Ah! En su frenesí, apenas notaba que él seguía flácido, desinteresado.
—Lay Fiante, ¿puede darme un poco de espacio por un instante?
—Haa… ¿Cómo podría apartarme de usted? Su uniforme realmente hace maravillas para excitar a una mujer. Solo con mirarlo me pongo húmeda —susurró.
Sus palabras deberían haberlo encendido mil veces más. Pero Carsen estaba tan flácido como un monje, a pesar de la seducción. ¿Cómo podía ser?
—¿Cómo pudo Dios crear a un ser tan perfecto? Envidio a su prometida, Lord Carsen.
Al escuchar la mención de su prometida, Carsen sintió que se alejaba todavía más del deseo. Bajó la mirada hacia su hombría. Se sentía fuera de lugar, como si su espíritu se hubiera desprendido de su cuerpo.
¿Cómo puedo ser impotente, a esta edad? Carsen la apartó con pánico, pero la condesa estaba decidida a obtener su placer. Se abrió paso a la fuerza entre sus brazos desde todos los ángulos, sin importar lo mucho que él intentara rechazarla.
—Cada vez que veo a Lady Inés, me invade la envidia. Y todo es porque usted es demasiado perfecto. Sé que no ama a su prometida, como es de conocimiento común, pero aun así… ella tendrá derecho sobre usted. Al menos en el papel —suspiró.
Era cierto, y por una vez, esa verdad no incomodó a Carsen.
—Sin embargo, esta noche lo tengo para mí, ¿no es así? —preguntó la condesa, con la voz cargada de esperanza y deseo.
Mientras Carsen escuchaba a la condesa rogar por su cariño, las palabras de su sueño resonaron en su mente: Eres la única que me hace sentir así.
—Oh, cuánto extrañaba su toque. No pude soportar estar con hombres comunes después de aquella noche con usted. Tras contemplar su hermosura, no pude evitar notar lo feos que eran los demás hombres de Ortega —se quejó la condesa Fiante—. Lord Carsen, solo usted me enciende de esta manera. Incluso cuando intento imaginar que el contacto de otro hombre es el suyo, no funciona. Solo su rostro, su fuerza, su toque…
Ajeno a sus alabanzas, la mente de Carsen seguía repitiendo las palabras que habían salido de su boca en aquel sueño: Ninguna otra mujer… Solo tú. Tú eres la única mujer que me excita así.
Ah. Por fin comprendió por qué no lograba encender su fuego.
Las absurdas palabras que había susurrado en sus sueños lo estaban afectando. Casi le daban ganas de reír a carcajadas por lo ridícula de la situación. Esas palabras no son verdad, no tienen ningún poder sobre mí, se decía a sí mismo. Solo se las diría a Inés en un sueño, y únicamente porque esa Inés era una versión imaginaria. Desafortunadamente, su virilidad no parecía convencida por su autoengaño.
—¿Tiene acaso idea de lo feos que son esos hombres? Lord Carsen, usted los eclipsa mil veces. Cuando regrese a la costa de Calztela para asumir su cargo, Mendoza perderá de nuevo su vida. Usted es la luz y la sal de esta ciudad. Trae fortuna a todos los que contemplan su rostro —continuó parloteando la condesa Fiante.
Por desgracia, Carsen tenía que lidiar con su propia desdicha: debía romper la maldición de los Valeztena. Se abotonó la camisa y se acomodó la chaqueta. —Le pido disculpas, Lady Fiante. Debo retirarme ahora. Adiós.
Sus ojos se abrieron de incredulidad. —¡Lord Carsen! ¿Acaso está haciendo esto para que lo desee aún más? ¡Lo esperaré aquí, con toda el alma! —su voz resonó en el pasillo.
Él dejó atrás a la condesa y no volvió a mirar.
***
Viéndolo por el lado positivo, podía considerar su situación un giro afortunado. Después del matrimonio, Inés Valeztena será la única mujer para mí de todos modos. Así que, en cierto modo, es buena suerte.
Aunque Carsen trataba de convencerse, no podía dejar de sentirse desconcertado por su incapacidad de acostarse con otras mujeres. Lady Fiante era la cuarta mujer a la que había intentado seducir para distraerse de los pensamientos sobre Inés, pero sin éxito. A pesar de todo, no entró en pánico porque, sin duda, no era impotente. No tenía ningún problema para ponerse erecto cada noche, apenas comenzaban sus sueños con Inés. Incluso durante sus horas de vigilia, a veces sentía cómo sus pantalones se apretaban demasiado tras recordar fugazmente el sueño.
De hecho, en ese mismo instante sus pantalones se estaban ajustando. Bajó la mirada hacia el abultado bulto entre sus piernas. Ningún hombre impotente podía mostrar semejante hinchazón, así que obviamente no lo era. Al menos, le quedaba eso.
Traducción: Lysander
El anillo roto: Este matrimonio fracasará de todos modos
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